Las prácticas intersticiales tuercen el mandado visual a partir de “destellos” que alertan sobre el cemento inadvertido que parece constituir lo colectivo en nuestros días. Devienen en un momento clave donde se pone en juego lo que se “está siendo” y lo que se “podría ser”. Son pliegues sutiles que desmienten el rango normalizador de una tonalidad cómoda para nuestros ojos teóricos. Destituyen, pero no subvierten, formas únicas de ver, mirar, sentir. Identificar este tipo de prácticas, constituyen en consecuencia, un vigilancia epistémica respecto de lugar que ocupamos como pensadores y actores centrales en la regulación de la configuración de las “formas de percibir” el mundo. La propuesta aquí entonces es dar cuenta de experiencias concretas a fin de “echar luz” allí donde lo social no parece refractar gradaciones atrayentes desde el punto de vista de la teoría social dominante.

El Boletín N°25, en este sentido, intenta realizar un aporte vinculado a la capacidad de mostrar los lugares donde lo colectivo y lo individual no ha sido parcial o totalmente colonizado. Así, se pone el foco en la existencia de sociabilidades y vivencialidades que recuperan la capacidad de edificación con el otro, siendo la afectividad un componente central por donde se despliegan la conformación de “nuevas” relaciones y de otros “ánimos sociales”. Es por ello que varias de las prácticas intersticiales presentadas aquí, que poseen un contenido creativo, en ciertas ocasiones logran poner en descubierto caminos de re-apropiación colectiva de saberes y destrezas que se riñen con las formas – “conservadoras” y/o “revolucionadas” – del sentir.

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